lunes, 22 de febrero de 2010

LA ÉPOCA DE LA IMAGEN

LA ÉPOCA DE LA IMAGEN
Hasta hace muy poco tiempo, los hombres tenían a su disposición solamente un número limitado de imágenes. Cada persona sólo conocía los lugares en que había vivido, las personas con las que había tratado personalmente y los cuadros que había visto en sus originales con sus propios ojos.
Esta situación empezó a cambiar con la aparición de la fotografía. La gente empezó a ver imágenes muy fieles de personas y lugares que no conocía personalmente. El cambio se fue acentuando cuando las fotografías empezaron a multiplicarse innumerables veces en diarios y revistas y, paralelamente, el cine empezó a dotarlas de movimiento y sonido. Por último, la aparición de la televisión y su rápida difusión por todo el mundo han puesto al alcance de millones y millones de personas imágenes de todo tipo. Gracias a la televisión, todos los días desfilan delante de nuestros ojos lugares de cualquier parte del mundo, vemos hechos que han sucedido en otras partes y conocemos personas que nunca habríamos podido tener al alcance de nuestros ojos.
A primera vista, este fantástico enriquecimiento del mundo de la imagen parecería traer sólo beneficios para el hombre. Sin embargo, los efectos de esta profusión de la imagen y en particular de la televisión, son de diversos tipos y, sin duda, muchos son perjudiciales.
La principal causante de problemas es la televisión. Está en todas partes, a toda hora, es relativamente barata y no hay ningún problema para hacerla funcionar. Con estas características, la televisión ha invadido la vida familiar y cultural. En muchas casas ya no se conversa; simplemente se ve televisión. Los niños construyen un mundo aparte de los mayores centrándolo en los aportes de la televisión: Muchas veces las familias no se reúnen ni siquiera a la hora de las comidas: la tiranía de los programas favoritos lo impide. Así, más de un padre ha renunciado prácticamente del todo a la función que le corresponde sobre sus hijos. Los niños son dejados, entonces, en manos de la que suelen llamar “la niñera mecánica” o “los padres electrónicos”. Entregados al mundo de las imágenes televisivas, los niños son la presa más fácil de la propaganda y de cualquier valor que se les quiera inducir. Las más de la veces, los valores y consignas que imparte la televisión están al servicio de los intereses comerciales y provocan automáticamente en los niños el deseo vehemente de poseer gran número de cosas. Otras veces el mundo mostrado en la pantalla contrasta fuertemente con la realidad que se vive y produce frustraciones y amarguras.
La difusión en gran escala de la imagen por medio de la televisión ha hecho disminuir en muchas personas el hábito de la lectura y, en general, la búsqueda de cultura por otros medios. De este modo, la televisión queda convertida para una gran mayoría en el único medio de conocimiento posible. Si, como sucede muy a menudo, el nivel cultural de la televisión es bajo, toda la vida de la cultura de un país se ve perjudicada.
Ante esta situación, algunos especialistas piensan que la televisión debe ser suprimida. Otros más realistas piensan que cada persona y cada sociedad deben pensar los medios que les permitan controlar a la televisión y no ser controlados por ella. Así cada persona debería escoger solamente unos pocos programas que le resultan útiles e interesantes y ver sólo unas pocas horas de televisión a la semana. Los padres deberían preocuparse por saber que programas de televisión ven sus hijos y tratar de que, junto a unas pocas horas de televisión semanal, tengan amplias oportunidades de hacer otras cosas y de compartir actividades con ellos.
Por otra parte, las autoridades y las personas responsables de la producción de programas de televisión deberían preocuparse de que éstos tuvieran las características más positivas posibles y que estén al servicio de valores e ideales queridos por toda la comunidad. Asimismo deberían tomar medidas para limitarlos tiempos de emisión y permitir la vida normal de los países.
De este modo, el hombre de hoy, sumergido totalmente en el mundo de la imagen mil veces reproducida y multiplicada, no sería un esclavo de sus progresos tecnológicos, sino que los aprovecharía plenamente.

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